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países latinoamericanos, he escuchado a referentes de orga-
nismos de evaluación de la calidad de la Educación Superior
y altos funcionarios de universidades imputar la ausencia o
pequeña proporción de estudiantes y docentes afrodescen-
dientes e indígenas en las IES, exclusivamente al “racismo
estructural” (Mato, 2020).
Esta manera de representarse el problema del “racis-
mo estructural” y de atribuir al mismo toda la causalidad del
problema impide la investigación empírica contextualizada
sobre el asunto y suele llevar a concluir que los sistemas e
instituciones de Educación Superior nada pueden hacer para
combatir este problema.
de un centenar de universidades y otras instituciones y organizaciones sociales
intervinientes en este campo, en catorce países latinoamericanos, desde me-
diados de la década de 1990. En este marco, ha habido dos responsabilidades
específicas me brindaron oportunidades especialmente valiosas para aprender
sobre los asuntos tratados en este capítulo. Una fuente fructífera de aprendizaje
ha sido mi posición como director de tres proyectos de investigación y asesora-
miento de políticas públicas a nivel regional sobre Educación Superior, Pueblos
Indígenas y Afrodescendientes en América Latina, encargados por el Instituto
Internacional de la UNESCO para la Educación Superior en América Latina y el
Caribe (UNESCO-IESALC). El desarrollo de estos proyectos implicó la participa-
ción de unos ochenta colegas de doce países y me llevó a realizar actividades
de investigación y asesoramiento en el terreno en toda la región entre 2007 y
2018. Otras fuentes de aprendizaje particularmente enriquecedoras derivaron
de mi rol como director del Programa Educación Superior y Pueblos Indígenas
y Afrodescendientes en América Latina (Programa ESIAL) de la Universidad
Nacional de Tres de Febrero, desde 2011. Desde este programa, promovimos la
creación de la Red Interuniversitaria Educación Superior y Pueblos Indígenas y
Afrodescendientes en América Latina (Red ESIAL), que actualmente cuenta con
la participación de sesenta universidades de once países, y ha auspiciado seis
reuniones de trabajo a nivel regional que incluyeron presentaciones sobre más
de cien experiencias en este campo. Desde el Programa ESIAL, también hemos
lanzado la Iniciativa para la Erradicación del Racismo en la Educación Superior
en América Latina y tres campañas regionales en las que han participado más
de cincuenta equipos universitarios de siete países latinoamericanos. El trabajo
conjunto con tantos colegas y estudiantes participantes en todas estas activida-
des, buena parte de los cuales son integrantes de comunidades y organizaciones
de afrodescendientes y pueblos indígenas, y quienes no lo son de todos modos
llevan tiempo co-trabajando con estas comunidades y organizaciones, me ha
brindado experiencias de aprendizaje muy valiosas. No pretendo que estos
antecedentes otorguen ningún estatus de “verdad” al análisis ofrecido en este
artículo. Sólo procuro precisar el tipo de referentes empíricos en los que este se
basa, reconocer mi pertenencia a este campo de prácticas y con esta también mi
compromiso al respecto, que inevitablemente condiciona mis interpretaciones
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